jueves, septiembre 21, 2006

Cuando los Significados Empalagan

Cuando los significados empiezan a empalagar, las palabras buscan otro tipo de manifestaciones. Es como si las películas de Hollywood se repitiesen una y otra vez todos los días. Esa repetición, esa hemorragia de escenas, de términos, acaban por distorsionar la imagen, y ésta se escabulle modificando así su significado original. De esa manera, unas fresas con champagna, podrían terminar ofreciéndose en un carrito de paletas al lado del man de las butifarras, en el entretiempo de un partido de fútbol. Aquella sensación del primer ósculo a la luz de las estrellas detrás de un Cadillac viendo películas en blanco y negro, se aterriza y se convierte en un beso estampado a trompicones en una verbena a ritmo de vallenato llorón. Esa banda amarilla de hule de “Live Strong” creada por Armstrong en su campaña contra el cáncer, se transforma en una moda, en donde no es suficiente tener una, sino dos en cada brazo y de distintos colores.

Las palabras, al igual que las imágenes sufren una transformación sutil. Es habitual que un extraño se nos dirija como “jefe”, “primo”, “hermanito”. A la que vende corrientazos se le pregunta: ¿Oye mi vida cuánto es? En conversaciones, ese “Mi amor” y “Mi vida”, tienen el objetivo de acercar y poner en su sitio al mismo tiempo: ¡No mi amor, olvídate!, “Hermano, no puedo hacer más nada”. Esas son las conversaciones que presencio entre extraños que nunca se miran a los ojos y se dicen “Mi amor”, “My love”, “Mon amour”. Es inusual hoy en día oír ese “Mi amor” entre personas que sí se quieren. Raro me parece. Una vez que sale el “Mi amor” o el “Primo” a colación, hay que estar mosca. Puede ser un pretexto para ganar de cuento, para engañar de manera inocente.

Lo contrario se ve entre verdaderos amigos y amigas. Toda vez que ese “Mi amor”, ese “Primito”, ese “Mi vida” están tan gastados y no dicen lo que en realidad quieren significar, se terminan comunicando entre ellos con insultos y se mientan la madre espontáneamente: ¿Oye mal nacido como estás? ¿Oye bandida, para donde vas? Se cambian los papeles: los insultos son ahora las flores con que adornamos a nuestras amistades más cercanas. Será por la escasez de palabras en el idioma? ¿Será por la aglomeración, la sobrepoblación de significados para una misma cosa, o será por el mero placer de crear nuevas conexiones entre palabras e imágenes?

El lenguaje siempre busca la forma de expresar lo que necesita. Es la mosca encerrada en un carro que rebota contra el vidrio y la pared hasta que encuentra un hueco por donde escapar y se libera, pero completamente deformada. El lenguaje viene siendo un Frankenstein flotante que siempre muta, siempre intenta vivir a pesar de su origen, buscando conexiones imaginarias y a tres bandas.

“El Abrazo del Pato”, término descubierto para referirse a las gripas y catarros se coló en el vocabulario cotidiano hace unos años. He visto cómo ha evolucionado, desafortunadamente coincidiendo su metamorfosis con mis resfriados. En la época de la pelea de boxeo cuando Tyson le arrancó la oreja a su contrincante con un mordisco… comenzó a mutarse y a conocerse como el “Abrazo de Tyson”, y así sucesivamente. Creo que la última vez tenia el nombre del “Abrazo de Montoya”. Tocará enfermarse a la fuerza para actualizar el repertorio.

Cuánto vale? ¿Ochenta mil pesos? ¿Ochenta mil barras? ¿Ochenta mil lucas? ¿Ochenta cocos? ¿Ochenta puntos?, ¿Ochenta pesos?. Todas estas expresiones se refieren a un mismo valor estando en el bolsillo, físicamente son iguales, y sin embargo, tienen distintos significados. Quizás es que el lenguaje busca lo que suena sensual, aquello que deja un saborcito en la boca para adornar y hacer más afable el día a día. Es recrear de manera barroca el léxico, haciendo que el acto y la imagen sean iguales de juguetonas al momento de hablar.

“Listo Calixto”, “Qué culebra tengo”, “Le sonó la flauta”, “Dame una fría”, “Está en redonda ligada”, “Ajá”, “Eche”, “Cuadro”, “Bájate del bus”, “Trillar”, “Qué camello”, “ponte mosca” , “no seas barro”, todas éstas son palabras y términos que tienen historias distintas y ambiguas y que por sí solas confunden. Como camaleonas cambian de significado dependiendo del contexto en el cual son dichas y el tono con el cual el Darwin del idioma las pronuncia, que al final es lo que les da vida propia y que como decía un filólogo de Rebolo, es lo que ultimadamente importa.

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