viernes, octubre 27, 2006

La Ciudad y los Ruidos

Suena la alarma. Abro un ojo con dificultad. Sin abrir el otro, extiendo mi mano y trato de apagar la alarma. La apago. El no abrir el segundo ojo es lo que me mantiene aun inmerso en ese mar de Morfeo (no lo abras). Se escucha un perro ladrar en el fondo de su océano. Ya se calló. Me zambullo en mis últimas eternidades de sueño. Se escuchan camufladas en las paredes el ruido del chorro intermitente de duchas vecinas, vibraciones ultrasónicas que empiezan a filtrarse en el tiempo y el espacio. Delego parte de mi cerebro a que las edite; este manda una señal para que se encojan las orejas, taponando cualquier perturbación. No se acata la orden. Por inercia, intuyendo la ineficacia del cuerpo para resguardarse en el sueño, se abre el segundo ojo. En milisegundos que parecen horas, como perro mojado me sacudo del sueño, y con un abrir y cerrar de ojos (tan fácil suena) estoy despierto.

Los sonidos atacan a toda hora. El cuerpo hace un esfuerzo para editarlos, bajarles volumen, los decibeles, la frecuencia; ponerles “mute”, para seguir con la rutina de Sisifo. Algunos sonidos externos se les bautiza como ruidos y otros como información. En un instante estos sonidos pueden arbitrariamente cambiar de categoría. Una cantaleta del profesor puede ser editada y cambiada a la sección de ruidos. Un silbido al pasar por una construcción puede convertirse en información, dependiendo de la potencial víctima. Una explosión, el canto de un turpial, la brisa chocando contra un vidrio, el susurro del aire acondicionado, ráfaga de tenedores en hora de almuerzo, bombardean constantemente y teniendo a John Cage en mente, se decide si se convierten en ruidos o en información.

El cuerpo también tiene sonidos , se es generador de sonidos al igual que se es receptor. La música o ruido no sólo se genera soplando, pegando, o raspando algo. De forma casi vergonzosa el cuerpo también crea su sinfonía. Eructos flotan hasta explotar en la superficie, vientos salen sin culpa, huesos truenan al doblar el cuerpo, al masticar se escuchan las muelas como congas llevar el ritmo, las tripas se retuercen; culebras en gelatina respondiendo a los gemidos de una comida por procesar. Todo esto se edita. Se le pone una rayita negra en la mitad. No se mira.

A pesar de que se intenta editar, tachar, pasar por alto toda esta información, los ruidos suben a la superficie con una fuerza ensordecedora. Navegar el día con sonidos inconscientemente brinda todo tipo de información, que nos remonta más a esa parte animal que a la calificación homo-sapiens con que nos hemos autodenominado por varios miles de años. Se le ha dado una confianza exagerada a la visión, como dupla goleadora de la razón, dejando sentidos como el gusto, tacto, olfato y oído en la banca.

Para lanzarse a navegar, y recalcar el invento del tiempo sólo es necesario oír y escuchar. La negra gritando Bollooooooo!!!! Anuncia el fin de la tarde por toda Barranquilla. Para qué se necesitan satélites, GPS, campanas de iglesias cuando con aullidos, gritos inclementes de estas Diosas toda la ciudad se percata que la tarde está muriendo. El comienzo de la tarde en toda la ciudad se le adjudica a las gallinas culecas y ranitas cui-cui perfeccionando con la repetición inclemente su canto. Las brisas pegando contra las ventanas y puertas, colándose por las ranuras de éstas, se convierten en termómetros que anuncian que diciembre está cerca. El rumor de pólvora, distantes orquestas y vallenatos a media noche nos ubica en enero y febrero. Y así, cada ciudad tiene sus ruidos particulares y acostumbra a sus ciudadanos a que los vivan de cierta manera; en Cartagena a las 10 a.m. las Maria-mulatas arman su alboroto, quizás preguntándose por las andanzas de Grau. Los domingos y festivos en Bogotá, los pajaritos por fin pueden ser oídos, y los ruidos de buses y busetas, taxis se silencian en el aire. De igual manera me imagino que Mónaco, Moscú, Magangué y Marquetalia morderán a sus moradores de distintas maneras a punta de sonidos. Cada una de ellas con sus ruidos particulares, acentuando ciertas relaciones y escondiendo otras. Creando lazos invisibles y frágiles con los que recorren las calles día a día, pero que quedan escritos con sangre en alguna parte sorda de nuestra memoria.

No hay comentarios.: